domingo, 19 de junio de 2011

La magia de la Alhambra envuelve el Bronx

EEUU | Exposición en el Jardín Botánico de Nueva York

La magia de la Alhambra envuelve el Bronx


Recreación del Patio de la Acequia. Foto: Talisman Brolin
  • El viajero hallará fotografías, bocetos y acuarelas sobre el palacio rojo
  • La imaginativa reproducción de los jardines traslada sus perfumes y sonidos
  • La muestra es una de las principales propuestas neoyorquinas para el verano
Julio Valdeón | Nueva York
Actualizado sábado 18/06/2011 16:35 horas

Washington Irving, a quien debemos la leyenda del cortador de cabezas de Sleepy Hollow, fue de los primeros, o el primer, andariego estadounidense en referirse a la belleza de la Alhambra. Digamos que unos cuantos años antes que Bill Clinton. Lo hizo en un libro, publicado en 1832 y revisado veinte años más tarde, que reforzó la imagen colorista, sensual y un punto inexplicable de España y lo español.
Sus 'Cuentos de la Alhambra', fantasía policromada escrita tras visitar el palacio nazarí con un guía local, difundieron la idea de Granada como escenario entre Las mil y una noches y el exasperado romanticismo que tanto gustaba entonces. Algunos textos de Irving, rescatados de los archivos de la Hispanic Society of America, fastuoso museo, hogar de la apabullante serie de Sorolla que nadie visita por estar lejos de las rutas evidentes, aupado a Washington Heights, pueden contemplarse en la exposición, Paraíso español: jardines de la Alhambra, que ha preparado el Jardín Botánico de Nueva York.
El viajero que llegue al Bronx encontrará fotografías y daguerrotipos, viejos bocetos de artistas de paso en sus cuadernos grises, acuarelas y legajos relacionados con el palacio rojo. Sin embargo lo sustancial está fuera de las salas donde pasean los eruditos mezclados con los turistas, incluso lejos de los, pocos, turistas eruditos. Nos referimos a la imaginativa reproducción que los expertos del Botánico han hecho de los jardines de la Alhambra y el Generalife.
Washington Irving. Óleo de Gilbert Stuart Newton, 1830Washington Irving. Óleo de Gilbert Stuart Newton, 1830
Cartón piedra en los materiales, claro, porque tampoco era cuestión de copiar pieza a pieza un conjunto de mamposterías, arcos peraltados, yeserías y cerámicas que hubiera resultado costosísimo. Algo hay, lo justo para contextualizar la exposición, pero dado que era impracticable levantar los cuarenta metros de la Torre de Comares o el juego arquitectónico de la Escalera del agua, por no hablar de las salas de los Abencerrajes o de las Dos Hermanas, mejor recurrir a su doble misterioso y vegetal.
Los jardines, claro. Inspirados en ellos acumulan madreselvas, arrayanes, lilas, naranjos, laureles y adelfas, rosales, jazmines, romero, violetas y pensamientos. Falta, claro, el bosque inferior, los almendros, palmeras, arces, castaños de indias, cedros y avellanos que rodean los palacios, por obvias razones de logística. El conjunto, empero, traslada al visitante la alternancia de perfumes, fragancias y olores, sonidos -también hay fuentes- y hasta sueños que acompañan a los jardines originales.
Amanda Angel, de la revista Time Out, recuerda algunos de los proyectos faraónicos acometidos por el Jardín Botánico. En su opinión, ninguno iguala éste en escala y/o ambiciones. Edward Rothstein, del New York Times, comienza su pieza aludiendo precisamente a sus sensaciones olfativas, siempre evocadoras. De inmediato, nada más asomarse al simulacro del Patio de la Acequia, recuerda su visita a la Alhambra y el Generalife, hace ocho años. Explica que entonces, deslumbrado por los ricos capiteles y los motivos geométricos de zócalos y techos, pasó por alto, o al menos prestó menos atención, a las plantas.
En el Bronx, liberados de la magnificencia del conjunto arquitectónico, los jardines trasladan con fidedigna eficacia las evocaciones granadinas, clima de humedad y agua que negaba los recuerdos del desierto a base de acumular regatos, estanques y canalizaciones. Una fogata vaporizada, fresca y limpia, que profundiza en la historia de la jardinería y su relación con la arquitectura. Que triunfa ya como una de las principales propuestas neoyorquinas para el verano.
Homenaje al genio musulmán del siglo XIV espoleado por Ibn Alhamar, Yúsuf I o Mohamed V. Sirve, de paso, para que España abandone por un día su eterno y lamentable vagabundeo por las páginas económicas de los diarios. Diversas conferencias, recitales de flamenco y degustaciones de alimentos y vinos españoles alicatan el perfil último de una original y delicada exposición.

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