18 de junio del 2011
Gustavo Guzmán: primer novelista de Nicaragua
Jorge Eduardo Arellano | Opinión
En 1886 se publicó en París la primera novela del granadino Gustavo Guzmán (1845-1911), de hecho, el primer novelista nicaragüense: El viajero. De Granada a París. Fruto de la misión diplomática a Europa encargada a su padre, el expresidente Fernando Guzmán —que partió de Granada el 8 de mayo de 1879—, contiene precisas descripciones del trayecto lacustre y fluvial hasta San Juan del Norte. Lo mismo realizará a lo largo de su itinerario, empeñado en ponderar y criticar lo foráneo europeo.
En Londres le impresionó su espantosa miseria: “la miseria […] se presenta bajo las más horribles formas, ya como una madre desgraciada que lleva en sus brazos al infeliz hijo moribundo y casi exánime a causa del hambre y el frío, ya como desvalido anciano a quien faltan las fuerzas para trabajar y ganar el pan, ya como abandonada niña que apenas en la edad de la adolescencia, se encuentra huérfana y sin amparo de ninguna especie, obligada a ganarse la vida en la más precoz prostitución; la miseria en aquellas callejuelas sucias, llenas de lodo, ennegrecidas por el humo, sin sol, sin aire, sin luz; la miseria en medio de la oscuridad que produce una niebla espesísima, la miseria con hambre, con frío, con lluvia, con nieve, con viento, es algo indescriptible, es un monstruo que apenas alcanza la imaginación a comprender, es un tormento mayor que los que forjó en su infierno la desbordada fantasía del Dante”.
Pero Guzmán intercalaba episodios románticos, como la historia de doña Inés de Montblanc —“una hermosa dama española”— referida por un amigo en la tertulia parisina de una condesa, a la que fue invitado el autor-narrador. Dicha historia, o novela corta, ocupa los cuatro últimos capítulos de la obra (XXII, XXIII, XXIV y XXV). Esta, para un lector español, radicado en León, resultaba “agradable, amena, e instructiva. No es el señor Guzmán —concluía— un escritor de viajes como Pepe Milla (Salomé Gil). Castelar, Chateaubriand, Lamartine, Byron y otros grandes escritores, pero nosotros recomendamos su obra al pueblo en general, y en particular a los que tengan curiosidad de viajar a Europa”.
Tal actitud narrativa la mantuvo en otras cuatro extensas y supuestamente entretenidas crónicas de viajes que denominaba novelas de costumbres. A saber: Escenas de Londres (1891), En París (1893), En España (1895) y En Italia (1897), la cual “mostraba, en toda su plenitud, la gallardía de su pluma y la donosa frescura de su intelecto”, según otro crítico. Las cinco —mucho más que guías de viajero— confirmaron la siguiente observación de Miguel de Unamuno, uno de los escasos españoles interesados en las lecturas hispanoamericanas: “…parece que no a pocos americanos les consume el antojo de venir a descubrirnos Europa a los europeos Es frecuente que se entrenen con algunas impresiones de viajes por Europa, cundo no les ha impresionado todavía su propia tierra […] cuando no han sabido ver la vida que allí, en torno a ellos, se desarrolla”.
En parte, esta actitud europeizante se derivaba de la inserción de Nicaragua —a través de la exportación del café— en el mercado capitalista mundial.
Precisamente el café fue uno de los productos representativos del país que el gobierno de Evaristo Carazo envió a la Exposición Universal de París en 1889.
Para entonces, aquella inserción estaba en vías de consolidarse y explica, en última instancia, la afición “novelística” de Guzmán, a quien aludiría Rubén Darío años más tardes refiriéndose al hecho de que la novela no había tenido cultivadores en Nicaragua. “Apenas un señor de la ciudad de Granada —escribió en 1909— ha dado hace tiempo a la publicidad algunas tentativas sin pretensiones."
Margarita Roccamare: intento valioso de estructuración narrativa
Una de ellas, debido a su compleja y bien orquestada estructura narrativa, Margarita Roccamare (1892), vale la pena leerse. Así lo sostiene Nicasio Urbina.
Una de ellas, debido a su compleja y bien orquestada estructura narrativa, Margarita Roccamare (1892), vale la pena leerse. Así lo sostiene Nicasio Urbina.
Sus parlamentos están representados en estilo directo: cuando el narrador le da literalmente la palabra al personaje. En este caso, Guzmán indica sus notas aclaratorias —tras las palabras de los personajes— entre paréntesis. Por ejemplo: Abrid pronto (dijo un mozo de aspecto insolente, dando vuelta a la llave de la portezuela y abriendo con violencia el carruaje). Según Urbina, esta práctica nunca se había utilizado, ni sería repetida, en lengua española.
Ubicada en París, se inicia el 21 de mayo de 1871, cuando en las calles combatían los comuneros y el ejército prusiano. Entre otros, tiene de personajes a los chilenos Jorge García y Manuel Gana; su protagonista, naturalmente, es Margarita —hija del rey de Italia, Víctor Manuel—, cuya historia se narra en unas cartas guardadas dentro de un cofrecillo de ébano. Jorge García le declara su amor. Pero ella enferma y muere.
Aunque defectuosa por su excesiva superficialidad, discurso reiterativo y descripciones irrelevantes, Margarita Roccamare es una de las dos novelas de su autor propiamente dichas: sentimental y precursora de las populares telenovelas.
Nicasio Urbina, quien la calificó de “primera novela anticomunista de la literatura nicaragüense” —en virtud del visceral odio e Guzmán hacia el movimiento de la Comuna de París—, puntualiza que debe juzgarse dentro de su subgénero y en el contexto de sus destinatarios. “Es una novela más interesante de lo que parece… —concluye— Su estructura no es la de un narrador novicio, sino la de un hombre que conoce de técnicas narrativas y las cumple con soltura y seguridad. Releer esta novela, con todo el agua que ha pasado por el puente, es una experiencia iluminadora”.
En conflicto. La guerra franco-alemana: primera novela histórica de un nicaragüense.
La otra novela de Guzmán, digna de tomarse en cuenta, es El conflicto / La guerra franco-alemana: un volumen de 384 páginas, editada en Nicaragua, como la anterior. Se trata de una auténtica novela histórica —la primera elaborada por un nicaragüense— enmarcada dentro de la guerra franco-alemana de 1870. La trama, desarrollada en París, comienza con la visita en coche de caballos del alemán Federico Stern a su amigo francés Francisco Edmundo Dampierre e hija, llamada Isolina, hospedados en el Gran Hotel. Ella es la prometida del hijo de Stern, Guillermo, combatiente en el ejército de su patria. Dos cartas recibidas por Dampierre —una de su amigo Mauricio Barral el 18 de agosto de 1870, la otra de su hijo Edmundo dos días después—, son leídas en voz alta por Stern e ilustran el ambiente bélico que se vive.
Los constantes diálogos infunden dinamismo a la acción. Luego el narrador omnisciente pasa a explicar el verdadero motivo de la guerra (“la necesidad que tenía Napoleón III y su círculo de distraer al pueblo francés y de deslumbrarlos con el brillo de las glorias militares, para que no pensase en los asuntos interiores, y poder así consolidar su dinastía”). También describe batallas, un baile de fantasía (“al cual había sido invitada la flor y nata del París elegante”), la capitulación de Napoleón III en la ciudad francesa de Sedán y la insurrección popular y republicana “contra el gobierno de la regencia presidido por la Emperatriz Eugenia Montijo de Guzmán, y contra los diputados del Cuerpo Legislativo que no habían sabido conjurar aquella tempestad”.
La guerra impide el matrimonio de Guillermo e Isolina, quien entra en conflicto con su padre. La Alemania de Bismarck bombardea Estrasburgo, arrasa parte de Francia. Dampierre y su hija salen de París, ayudados por Gastón Regnier, socio de aquel; mientras los detienen en un campamento alemán, Dampierre se entera de la muerte en batalla de su hijo Edmundo. Están a punto de ser apaleados cuando aparece Guillermo Stern, jefe del campamento, y los libera. Así retrata el autor a Stern: “de arrogante figura, alto, esbelto, de barba y bigote de oro, vestido con casco reluciente, vesta de paño blanco, banda terciada, pantalón azul y botas de charol más arriba de la rodilla”.
Los Dampierre se refugian en Orléans. La guerra continúa y el gobierno republicano capitula. Orléans es devastada por “las llamas del fuego y de plomo” alemanas. Padre e hija logran escapar a Chateandú, donde sufren heridas y son atendidos por Regnier, convertido en cirujano de las ambulancias francesas. El ejército prusiano invade Chateandú, toma prisioneros a Dampierre y lo envía a Alemania. El sitio y subsiguiente bombardeo de París, constituyen las más concisas descripciones de la novela. Tras el armisticio y el tratado de paz, cuyos textos transcribe, el narrador retoma la trama en la casa de campo de Dampierre. Han transcurrido dieciocho meses. Isolina, cuyo padre ha muerto en Alemania, resuelve cumplir su orden: “Una francesa no debe casarse nunca con un alemán”. Guillermo Stern, aceptando su resolución, decide confirmar la muerte e Dampierre. Una noche dos hermanas de la caridad se aparecen en la casa con un anciano enfermo y achacoso. Es Dampierre. Había perdido el juicio y habíanle internado en el asilo de locos de Dusseldorf. El encuentro de padre e hija es impactante. Todo parece indicar un final feliz. Mas Dampierre no recupera la razón y al ver a Stern, el anciano alucina y grita.
Pese a los cuidados de su hija, Dampierre empeora. Se busca un médico para asistirlo y un sacerdote para confesarlo. La locura se le desaparece. Sin embargo, le llega la última hora. La novela concluye. También la relación de Guillermo e Isolina. El conflicto —no entre Francia y Prusia, sino entre Dampierre e hija— se impone. La lección de Guzmán es obvia. Su obra no revela ninguna prosa brillante, pero en ella su autor toma conciencia de la magnitud del acontecimiento histórico de 1870, siendo el único hispanoamericano, al parecer, en novelarlo.
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